domingo, 22 de noviembre de 2009

La vida aparte


La vida verdadera siempre aparece en una carretera secundaria. Sin esperarlo, irrumpe, zarandea y se instala. Hay que quemar mucho neumático por vías principales, tomar otros tantos desvíos y repostar incansable antes de que algo así suceda. En uno de esos caminos que circunvalan la vida de cualquier persona, conocí primero la voz y después la música de Paco Cifuentes. Antes de sus discos, incluso antes de sus primeras maquetas, ya había conseguido instalarse. Ahora con La vida aparte vuelve a conmoverme, despliega y bate enérgico los pulgares, me obliga a regresar -sin haberme ido nunca del todo- a aquella carretera secundaria donde nos encontramos por vez primera.

Si Paco susurra palabras, si en algún momento canta a media voz, si deja que fluya la música, si espera paciente su turno, todo alféizar se estremece y llena de luz cada espacio. Más allá del postigo hay un sur y en el centro, una boca, y la impostura azul del cielo es trampa conocida desde antiguo -¿acaso importa eso?-. Celebra en cada estrofa la ceniza porque siente allí el fuego y su pálpito ahogado revelándose.

La vida aparte, con desgarro y dulzura en la espina dorsal, para erguir todo sueño tras una cicatriz. El adverbio se ensancha y atrapa en su magnitud hasta un lugar remoto y distante: aparte, donde un sur y una boca y un cielo azul ofrecen más de lo que piden (así lo hacen creer), aguardan generosos a que insufles aliento y les prestes tu vida.


[Foto: L. Moreno]

domingo, 8 de noviembre de 2009

Soniquete de Cádiz

Hace unos días, en la mítica taberna El Manteca, a la vera de mi casa, cogí in fraganti a una señora robándome chicharrones y rodajas de salchichón de mi papel de traza. Aprovechó el jaleo de unas improvisadas alegrías. Advertida ésta de mi descubrimiento, se me acercó como si nada y me dijo al oído: "lo siento, pisha, pero es que la pringue es lo único que me baja la borrachera". Cómo iba a enfadarme. Me reí y así enérgico a mi zurda el vaso de mosto (en la diestra, el cigarro). Alcohol y tabaco no los comparto hoy, pensé. Reconozco que no voy a diario porque tengo miedo a convertirme en otro personaje de La Viña. Ostentar esa distinción me haría empadronarme de por vida en esta ciudad.

Tirititrán trán trán. El bueno de Chano explicó en muchas ocasiones de dónde venía ese soniquete. Tuve la suerte de oírselo narrar una vez en Sevilla. Al parecer, Ignacio Espeleta fue el artífice. En una noche de farra, Sánchez Mejías le pidió que se cantara una coplilla que le había oído tantas veces. Al no recordar la letra y no tener pringue suficiente para bajar la borrachera, improvisó el famoso soniquete. Generación tras generación, los cantaores fueron haciendo suyo ese comienzo de las alegrías. Chano Lobato fue un maestro. Para ilustrar lo dicho, traigo la voz del joven chiclanero David Palomar, después de disfrutarlo en directo en el Gran Teatro Falla hace unos meses. Grande.


miércoles, 4 de noviembre de 2009

Renuncia



He hundido los ojos

–la mirada es la misma-.

He renunciado a ser

quien pronuncie tu nombre.

Qué tristeza en dos sílabas.


Te hubiera dado el mundo...



[Fotograma: El tiempo que queda, 2005]