La vida verdadera siempre aparece en una carretera secundaria. Sin esperarlo, irrumpe, zarandea y se instala. Hay que quemar mucho neumático por vías principales, tomar otros tantos desvíos y repostar incansable antes de que algo así suceda. En uno de esos caminos que circunvalan la vida de cualquier persona, conocí primero la voz y después la música de Paco Cifuentes. Antes de sus discos, incluso antes de sus primeras maquetas, ya había conseguido instalarse. Ahora con La vida aparte vuelve a conmoverme, despliega y bate enérgico los pulgares, me obliga a regresar -sin haberme ido nunca del todo- a aquella carretera secundaria donde nos encontramos por vez primera.
Si Paco susurra palabras, si en algún momento canta a media voz, si deja que fluya la música, si espera paciente su turno, todo alféizar se estremece y llena de luz cada espacio. Más allá del postigo hay un sur y en el centro, una boca, y la impostura azul del cielo es trampa conocida desde antiguo -¿acaso importa eso?-. Celebra en cada estrofa la ceniza porque siente allí el fuego y su pálpito ahogado revelándose.
La vida aparte, con desgarro y dulzura en la espina dorsal, para erguir todo sueño tras una cicatriz. El adverbio se ensancha y atrapa en su magnitud hasta un lugar remoto y distante: aparte, donde un sur y una boca y un cielo azul ofrecen más de lo que piden (así lo hacen creer), aguardan generosos a que insufles aliento y les prestes tu vida.
[Foto: L. Moreno]